Eran casi las 8:30 am cuando
desperté con un dolor de cabeza que terminaba en mis ojos, producto de las casi
3 botellas de vino tinto de la noche anterior. Me incorporé de la cama para
poder vislumbrar donde había dejado mi ropa. Tan pronto recabé fuerzas, inicié
mi rutina diaria de aseo. Cuando terminé y salía del apartamento recordé que
había dejado mi reloj sobre la mesita de lectura, así que regresé. Tan pronto
abrí la puerta de la recamara escuché su voz – no estás muy acostumbrado a
despedirte de las personas ¿cierto?- sorprendido por su reclamo y juzgando la
hora que era preferí no reparar en ello, solo tomé el reloj y desde la puerta,
a modo de contestación le dije- gracias por el vino de ayer, estuvo fantástica
la velada, espero se vuelva a repetir, ¿puedo llamarte luego? Voy algo tarde al
trabajo -solo levantó la mirada, y suspiro- la última vez tardaste 6 meses.
Largo de aquí, no te molestes en llamar- no me sorprendió la reacción de
Eduardo ya que siempre era muy impulsivo, incluso en el despacho de Abogados
para el que los dos trabajábamos, siempre se le conocía por su temperamento que
hervía cuando algo no salía como él lo esperaba. Jamás pensé que después de esa
mañana no lo volvería a ver.
Cuando mi papá me nombró subdirector
de su despacho de Abogados fundado hace 20 años, pensé que al fin había
obtenido su aceptación. No era secreto
que yo fuera homosexual, sobre todo con mis descuidos y actitudes que salían a
relucir en las situaciones más incomodas y de la forma más peculiar que la ocasión
podía ofrecer. Mas equivocado no pude haber estado, cada que intentaba hablarle
del tema siempre buscaba la forma de evadirme.- Eres muy joven, ¿qué puedes
saber tu sobre el amor?- entonces buscaba cambiar el tema a algo que tuviera
que ver con el trabajo.
Tres meses atrás Eduardo había
ido a verme a mi oficina para discutir sobre un asunto de uno de nuestros
clientes que se dedicaban a la fabricación de balas de pintura, el entró y se
dejo caer sobre el sofá y contempló una de esas balas que tenía guardada en su
bolsa
–Ojala que los sentimientos fueran como estas
balas, “de mentira”. ¿Sabes? Tiene tiempo que he pensado en irme lejos de aquí,
siempre he querido recorrer el mundo pero tu sabes lo mucho que
me haces falta. Por las tardes veo la lluvia caer y me pregunto ¿qué sentido
tiene dejar mi vida este aburrido edificio? Quizás si tu recapacitaras
podríamos…
-No, ya lo habíamos hablado, nadie puede
enterarse de lo nuestro- me apresuré a contestar.
Siempre supe que los chicos se me
hacían atractivos pero nunca presté atención a ello, prefería recluirme en mis
estudios o en la inmensa montaña de trabajo que tenía para evitar pensar en
eso. Nunca fue muy difícil, siempre decía “el no es para mí” y seguía con mi camino. Nunca fue muy difícil
hasta que Eduardo apareció en mi vida un 19 de diciembre. Yo salía de la
piscina cuando del otro lado de la alberca estaba sentado mirando al horizonte,
perdido en sus pensamientos, tan radiante como las sirenas que deciden tomar el
sol a media mañana y ser peinadas por el viento. Entonces por instinto me
acerqué a el, lo tomé por los hombros y lo besé hasta saciar mi sed...
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