No hace mucho tiempo que los bosques podían caminar, hablaban con toda clase de criaturas míticas e incluso, cuando lo ameritaba, iban a la guerra y luchaban codo a codo con sus amigos los hombres. Hoy en día, si prestas atención, escucharás su canto evocando el grito de guerra, su llanto de traición y el marchar a una vida mejor.
Iclito era un hombre que pasaba largas temporadas, junto con su pegaso Hipolito, adentrado en estos bosques. Su pasión era estudiarlos pero sobre todo entenderlos, escucharlos y amarlos. El estaba fascinado con su cultura, sus tradiciones y su historia. En “llamarada villa”, el pueblo local de la Montaña Celeste, una región vecina donde estaban asentados los Kru-oman (una de las tantas civilizaciones de arboles andantes) creían a Iclito una persona de desenfrenada locura, era inimaginable que un humano se mezclara sentimentalmente con alguien de otra especie, aún cuando por intereses en común lucharan como aliados en algunas guerras. Iclito de vez en cuando pasaba por Llamarada villa a abastecerse de provisiones pero las personas se negaban a atenderlo, era una decepción para su especie. Aún así quedaban almas abiertas al entendimiento que estaban dispuestos a ayudarlo. Una de esas almas era Esmeralda, una joven con poderes sobre naturales de piel oscura y ojo hechizante que había llegado de tierras Árabes a Llamarada villa en busca de su amado que había huido a estas tierras por deudas con el pasado. Esmeralda a menudo viajaba entre la fría y elegante noche hasta el asentamiento de los Kru-oman para ver a su amigo Iclito y entregarle las provisiones que necesitaba.
Llamarada Villa era un pueblo donde sus habitantes tenían como sagrado al elemento fuego. Era su dios, su símbolo, su escudo e incluso las antorchas que iluminaban el contorno de su muralla no dejaban de humear en todo el día. Ellos pensaban que del fuego nacía todo lo demás, era su elemento vital, su religión hasta el punto del fanatismo. Este pueblo era “guiado” por Apomes, un viejo mago que tenía habilidad de lanzar grandes llamaradas de sus brazos, era como un dragón humano. Apomes era un hombre sabio pero con mucho odio engendrado. En su pasado había perdido a su padre en batalla contra los Kru-Zignan. Por tal motivo juró venganza y creó una gran nube de fuego que quemó a varios de los arboles enemigos. Al mandar a la caballería de ayuda encontraron a una joven mujer muerta por las quemaduras de la gran llamarada que llevaba el anillo que distinguía a los gobernantes de “Llamarada Villa”, era la esposa de Apomes.
EL INICIO.
El origen de los arboles andantes realmente es incierto pero la leyenda dice que en el alumbramiento de los hijos de Okiria (conocida como Luna) y Pakru-kiktu (conocido como “Sol”) el viento desconsolado de amor se escabulló entre las estrellas rendidas ante su reyna en honor a su alumbramiento y robó la esencia de la vida de uno de sus hijos. El cuerpo sin vida del hijo de Okiria yacía tendido en el inmenso universo, triste, sin vida, apagado, negro y con el paso de los años se convertiría en un hoyo negro. Pakru-kiktu, lleno de odio, siguió el rastro de luz que había dejado la vida de su hijo y que llevaba el viento. El rastro conducía hacia ese planeta, tierra...